La mayoría de las veces hablar sobre cooperativismo genera escozor dentro
de los cooperadores al escuchar la palabra política; dentro de la economía
social parecería una rémora abstracta después que se hiciera la inversión de la
prueba, aboliendo el clásico de antaño en los libros: la economía estuvo atada
a lo político y siempre fue así, aun
ahora muchos cooperadores en pleno siglo 21 no consiguen discernir lo que es política como
clara acepción gramática confundiéndola como partidismo electoral.
Ese aforismo baladí contribuye a degradar las cosas al nivel suficiente de confundir la
palabra atada al verbo haciendo equivocar el mensaje, mezclando los tantos para
generar la modificación de enredar el pensamiento de lo que se quiere decir
para que luego no se sepa interpretar.
En un país complicado donde la cooperación se arrastra tras la consecuencias
de tradiciones no orgánicas traídas desde otras idiosincrasias venidas de lo
extranjero; aun no a podido elaborar su propio modelo dentro de la solidaridad
y la economía social asociativa, es decir un cooperativismo argentino que
responda a principios nacionales y auténticos organizado como empresa con
sentido social conjugada con la ayuda
mutua; enfrentada al monopolio concentrado para resolver problemas económicos y
sociales, con gobierno y propiedad propios manejado por ellos mismos.
El enredo dicotómico del enlace de variables non sanctas empujando el
carrusel de la connivencia, muchas veces a incurrido en los desfasajes comunes
i/o especiales del vaivén que mesen las corrientes populares y políticas, que
pretenden manejar al colectivo imaginario sin dejarlo participar como
integrantes de la pléyade activa de los intereses populares.
Todo tiene su historia y toda historia tiene sus influencias: sociales
algunas, políticas otras y porque no
militares hay que decirlo también, a través de los pronunciamientos militares en
algunas cirscuntancias graves contra la constitución nacional.
Pero en la instancia inicial de la ley cooperativa del país desde
entrada comenzó a tallar fuerte lo cultural a través de los principios, porque
aquello de la independencia política y religiosa en la primera época legal actuó
sin entenderse posiblemente por fuera de lugar y de control: mientras lo
religioso se resolvió sin obstáculos por
la diversidad ideológica de las religiones, en lo político se castro la palabra anulando al
individuo como persona; quien participaba en la dirección de una cooperativa no podía participar en política
como persona por reflejo virtual sin tener en cuenta lo real; aun hoy hay
resabios culturales sobre el tema en personas de edad avanzada.
El no conocer el origen sobre como viene el proceso tampoco se avanza
con claridad hacia donde se va, vieja historia de los pueblos nuevos y de las
deficiencias legales que priorizaron lo
económico ante lo social, haciendo caso omiso de la subjetividad que representa
el ser humano como persona.
Se tomo la palabra independencia como integración de un todo sin
discernir lo que era prescíndente de lo
que era permitido, craso error que llevo años de discusión que atraso el avance
de los conceptos cooperativos, al no entender el verbo.
No integrados a los nuevos acontecimientos económicos y sociales
incorporados en la cooperación y sin hacer distinción de los verbos que le
daban vida, fue fácil confundir la crema con la nata; lo objetivo y subjetivo
en su accionar individual no fueron tenidos en cuenta y en muchas oportunidades
se confundieron el uno con el otro y lo subjetivo, en este caso el asociado de
la cooperativa como persona cayo victima de la política que, al encasillarlo
como independencia real lo aparto al casillero de lo no individual dejándolo fuera de combate.
El que pretenda actuar en política no puede ser dirigente de una
cooperativa fue la consigna virtual y por lo tal no escrita, que se transformo en el hecho inercial de una
historia implantada por un error del contexto de una gramática que duró medio
siglo.
Segundo Camuratti (Sigue)
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