La continuación de Cooperación y política 2° parte, ingresa en
este blog como Política y Cooperativas 3° Parte en el epígrafe, desarrollando
la inversión de la prueba para mostrar
sin cortapisas la realidad del movimiento cooperativo; porque bueno es saber
que no es oro todo lo que reluce; el
movimiento cooperativo se ha nutrido siempre de gente y ella es como es, a
pesar de los principios que lleva implícito el cooperativismo.
Es el individuo en función de cooperativista quien promueve sus
dirigentes y algunos responden Per Sé cuando
y como lo hace, y eso lleva a contemplar el espectro político que luego muestra
a la sociedad con la diversidad que le dio origen con sus pros y sus contras.
Decíamos en los dos capítulos anteriores lo que debería hacer el
dirigente cooperativo para desarrollar el movimiento, y hablábamos de la
necesidad de incursionar en la política
para colaborar en la difusión de las ideas que pregona el cooperativismo, como
mecanismo para expandir sus objetivos
tratando de involucrar a la sociedad para contribuir a modificar la realidad, a través de sujetos colectivos y solidarios.
Pero la política tiene dos niveles, lo global y lo local, que no deben
confundirse entre sí, por los daños que pueden
causar dentro del movimiento cooperativo.
Una cosa son las políticas del movimiento intrínsecas y claras, para
conducir o expandir el movimiento mostrando las virtudes conducentes para mejorar las condiciones de vida de quienes lo
integran, y por fiel reflejo al conjunto de la sociedad volcando el interés
colectivo que irradie su incidencia global.
La otra cosa es cuando el dirigente cooperativo puesto en función política es advenedizo y mezcla los tantos pretendiendo incorporar la
cara política a su manera como “trepador de ella” para actuar en lo individual, introduciendo el
aspecto pernicioso de políticas partidarias en el acto social condicionando la vida de la cooperativa, en la búsqueda de generar espacios
que le permitan escalar posiciones favorables en su quehacer político partidista a expensas de la cooperativa, y
porque no, lo catapulte además a través
de ella al movimiento cooperativo en su
conjunto.
Craso enjuague de quienes lo hacen pero como dice el refrán: no creo en
las brujas, pero de que las hay las hay y son muchas, que pescan a río revuelto con la caña y la línea durmiendo en la cama con
esos enseres, para no perder tiempo cuando llegue el momento propicio.
El cooperativismo siempre tuvo principios desde el mismo momento que
nace al decidir que el esfuerzo por
construirlo como movimiento debía ser colectivo y tener conciencia de ello.
No siempre el agua derramada tiene que estar sucia, depende de cómo y
donde cae porque puede llevar implícita
la intención y el color del cristal con que se mira.
Los exegetas del purismo dialéctico confunden en la mayoría de los
casos la verdadera esencia del actuar
cooperativo y sus principios rectores, partiendo de la base de ignorar el verbo
colectivo y el contenido que lleva implícito la calidad esencial del conjunto
del movimiento dinámico que lo integra; verbigracia, nunca el individualismo en
la acción y la dirección puede ser
llamado cooperativo.
Esto hace que al no tenerlo presente como verbo desvirtúan la
naturaleza del conjunto al reemplazar el interés común por la voluntad
sustantiva del individuo.
Estas deformaciones llevan en la práctica la anulación del órgano principal de gobierno
de las entidades que hacen de la integración el eje conductor de su vigencia
trastocando el medio por el fin, casi siempre justificándolo en la falta de
participación del colectivo en vez de alentarla.
De allí deviene la perdida principal del sentido de pertenencia de los
adherentes al sistema terminando en el cambio práctico del nosotros general por el yo del propio
criterio.
Sucede a veces que el cambio urgente de los acontecimientos lleva a abandonar
la impronta de sustituir lo importante
por lo perentorio haciéndole mucho mal a las entidades, por lo tanto se
hace indispensable respetar los estatutos y el respectivo orden de
responsabilidades que le competen a aquellos consejeros que asumen el deber de
velar por los intereses asociativos.
La importancia y el respeto por la educación cooperativa debe ser la
base de sustento del modelo cooperativo en todas sus instancias, so pena de que
se lleve por mal camino a las cooperativas, provocando el desprestigio de
entidades que deben ser rectoras por su conducta dentro de la sociedad como
ejemplo de lo que significa el trabajo colectivo sin fines de lucro.
Segundo
Camuratti