Acercándonos a mediados de año, es importante hacer un
análisis sobre la situación y las perspectivas del movimiento cooperativo y es
nuestro deber hacerlo. Estamos observando la existencia de una revalorización,
desde hace un tiempo si se quiere prolongado, del cooperativismo.
Desde el Estado, desde las organizaciones sociales y
desde la sociedad misma se expresa también el reconocimiento y la importancia
adquirida por la economía social y solidaria.
Entendemos que ha dejado de ser cosa rara en el
ideario colectivo, el tema de la cooperación y de la economía social. Esto ha
sido producto, probablemente, de la sucesión de crisis que ha sufrido nuestro
país y de la capacidad de respuesta que ha demostrado el sector de la economía
solidaria.
La expansión del concepto y su concepción altruista
constituye una oportunidad y una amenaza al mismo tiempo, que nos faculta a
pensar que ésta debe bregar para cumplir un rol positivo y activo dentro del
movimiento cooperativo en su accionar, pero además, cuidar para que el sector
no sea utilizado como una herramienta de explotación o evasión, o que al mismo
tiempo, sirva solo para amortiguar el conflicto social.
Integrantes de la sociedad e inmersos en ella, los
cooperadores deben esforzarse por instalar en la conciencia cooperativa el
factor determinante que conlleve a producir un cambio cultural de
transformación social.
Es por ello, que el solo hecho de estar vinculados
al servicio de esa sociedad que mencionamos, nos habilita para opinar con
autoridad, sobre todos los aciertos y los errores que se generan en la
conducción del país, y las propuestas concretas para atacar los problemas que
de una u otra forma, afectan a vastos sectores de la sociedad.
Haciendo nuestro el principio fundamental que
esgrime la cooperación, el interés por la comunidad, nos lleva a la necesidad
de involucrarnos y hacer frente desde las ideas, a los problemas sociales
relacionados con los altos índices de pobreza e indigencia, la extrema
desigualdad, las diversas formas de discriminación y la exclusión social.
Las cooperativas han demostrado ser actores
imprescindibles en la construcción de alternativas que lleven a los países a
lograr equilibrios sociales que nos conduzcan a una más equitativa distribución
de la riqueza.
El doble carácter de la cooperativa, entendidos
estos como empresa eficiente y movimiento social, nos permite analizar y
entender desde el punto de vista de la solidaridad, que otro modelo de país es
posible.
Por lo tanto los cooperadores en nombre de su
adhesión implícita en el devenir cooperativo, tiene y está en condiciones de
desarrollar proyectos destinados a promover una estrategia de cambios
esenciales, inspirados en los valores de la solidaridad, la justicia y la
democracia, en la búsqueda de una proyección que permita construir una
Argentina capaz de garantizar la justicia social para todos, a través de una
equitativa distribución de los ingresos que asegure una vida digna para el
conjunto de la población.
En concreto, se trata de asegurar la alimentación, el
trabajo decente, la salud, la educación y la vivienda para todos. Al mismo
tiempo, es clave para el presente y el futuro del país el ejercicio pleno de la
soberanía, para insertarnos en el mundo contemporáneo a partir de una
estrategia verdaderamente patriótica, con independencia y dignidad.
Este es, en principio, el escenario en el cual nos
encontramos y frente al cual, como individuos preocupados por la sociedad,
debemos intensificar nuestra creatividad y el protagonismo desde la
cooperación. Las herramientas a utilizar para llevar a cabo tamaño
emprendimiento son muchas y variadas, pero la esencial es lograr la alineación
de todos aquellos sectores que, con unidad en la diversidad, (muy promocionada
en estos días pero no puesta en practica), estén dispuestos a poner manos a la
obra y trabajar por un estadio común.
Cuando decimos unidad o integración no significa que
se pretenda eliminar las diferencias para concretarla, sino reconociéndolas y
respetándolas, trabajar juntos por un proyecto que debe ser común. Mientras
tanto lo esencial sería el continuar embarcados en la actividad principal que
es la batalla cultural; nada se podrá lograr si el imaginario colectivo no
recobra la capacidad de memoria y el interés por pensar.
La batalla cultural nos tiene que llevar a buen
puerto si la ponemos en práctica cotidianamente, porque si somos capaces de
modificar la manera de pensar, (si nos convencemos que el individualismo
extremista que se pretendió inculcar a través del neoliberalismo exacerbado es
nocivo porque aun anida en sectores del
espectro social), y afirmamos el derecho de las personas a su individualidad en
un contexto de solidaridad, fraternidad y socialización, habremos recorrido la
mitad del camino para llegar al cambio cultural.
Segundo
Camuratti