parte final
Es evidente que la última década transcurrida del
movimiento cooperativo argentino a sido anormal, porque
estuvo cruzada permanentemente
por la sombra obscura del trasfondo político partidista, en aras de
introducir el germen perjudicial de una corriente claramente expuesta desde los
parámetros ideológicos del gobierno, con signos que no son afines a la
diversidad esencial y política que debe reinar en un movimiento plural y
colectivo.
Igual que la gota de agua orada la piedra la
política partidista erosiona la base social
de la cooperativa como ente colectivo, tratando de uniformar un
pensamiento distinto que permita trasladar su influencia para actuar con reglas
diferentes a los principios que le dan
origen al movimiento cooperativo.
Una década que no hace honor a décadas pasadas, que
si bien las cooperativas no salieron fortalecidas por su desarrollo
equilibrado, pudieron al menos contener el anhelo de todo país de convivir con
sus problemas en la diversidad propia de los que no piensan de manera
igualitaria, pero que confían en el precepto democrático del acto eleccionario
para resolver sus desavenencias políticas.
Pero la última década rompió todas las reglas de
convivencia y termina, con una economía desequilibrada por el encono y el
desgobierno que trastoca el elemento fundamental del convivir, disgregando la sociedad en un encuentro feroz
de todos contra todos
El movimiento cooperativo argentino también es parte
de ese estado de salud de la sociedad porque esta inmersa en ella y vive los
mismos encuentros y desencuentros del resto, por lo tanto se hace difícil la
convivencia necesaria que posibilite avanzar en planes integradores para
consolidar tareas comunes, que ensamblen acuerdos que lo lleven a pensar en
salidas conjuntas que deberían contribuir no solo para la cooperación, sino en
beneficio del país en su desarrollo
comunitario.
Cuando dentro de un movimiento cooperativo
representativo de un porcentaje importante de la sociedad, no consigue reunir y asumir la responsabilidad
propia de su envergadura para gestionar su representatividad como sector unido
frente al estado; es muy difícil que ese estado lo escuche cuando privilegia el
individualismo pernicioso del dividir para reinar.
Es bueno que la sociedad se haga carne de lo que
representa el sector cooperativo como empresas integrantes de la economía
social y que aportan para la consolidación de un país; de la misma manera los cooperadores deberían conocer que el
movimiento cooperativo no comienza y termina en su cooperativa, porque tiene en
sus niveles cooperativas de segundo y tercer grado que son las orientadoras de
ese movimiento y ellas son las que tienen que velar por la vigencia y vivencia
del desarrollo de ese movimiento.
Pero que el, el cooperador no es solo un invitado a
la fiesta de un movimiento, es parte de el y por lo tanto si es socio de una
cooperativa debe militar en ella y trabajar por ella, y tener siempre en cuenta
que la cooperativa es un ente económico social sin fines de lucro, y como tal
tiene políticas para el funcionamiento de su sector, pero que no tienen nada
que ver con las políticas partidistas de cualquier partido político.
En tanto la sociedad argentina no agrupe sus cuerpos
dentro de un modelo de país inclusivo en lo social, con un proyecto consensuado
entre todos y para todos para lograr una más equitativa distribución de la
riqueza, será inútil pensar en integrar el movimiento cooperativo argentino;
esto seguirá siendo una utopía, pero como tal hay que caminar en la búsqueda de
ella.
Segundo Camuratti