El agrupamiento o integración de las
cooperativas, según se de el caso, es la herramienta mas adecuada para
contribuir por distintas vías a resolver necesidades particulares o conjuntas de
las entidades y a la vez de la sociedad a través de solventar proyectos de
desarrollo locales y también regionales en el actual sistema económico y social
para mejorar los servicios y el beneficio de la membresía de las mismas.
Si partimos de la base del séptimo principio
de la cooperación que incorpora el “interés por la comunidad” dentro del
quehacer cooperativo, planteado por la Alianza Cooperativa
Internacional en su Congreso centenario de 1995, entendemos que la actividad de
la cooperativa no debería terminar resolviendo solo la necesidad de la
membresía como un fin en si mismo, sino además trascender por acción o reflejo
actuando por el bien común de la sociedad.
Por lo tanto debe entenderse que el factor
colectivo de la cooperación como motor de desarrollo en distintas actividades,
enriquece y fortalece no solo la producción de los hechos sino que colabora en
la tarea de creación que necesita el ser humano para progresar en todos los
niveles mejorando su calidad de vida.
Esto no es nuevo, en los Principios
Cooperativos del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos aprobados por la
entidad en 1.966 ya se decía: “Conciben, como objeto primordial de la
cooperativa, la satisfacción de las necesidades económicas, sanitarias,
educativas y culturales de sus asociados en beneficio de la comunidad”.
Entrando en el tema podemos decir que era
una necesidad, porque así lo han demostrado las experiencias hasta el presente,
que las cooperativas se integren verticalmente de acuerdo a las distintas ramas
que las comprenden en entidades de segundo grado, para lograr y asegurar el
desarrollo de la especificidad que representan a través de la economía de
escala, ya sean estas propias de la actividad económica que realizan, o en
defensa del régimen legal que las encuadra.
Pero la globalización por su gravitación ha
instalado un nuevo escenario dentro del contexto de la economía social, con
metodologías de mercado que en muchos casos distorsionan la función de las
cooperativas, haciendo que esa integración vertical ya no alcance a resolver la
ecuación para lo cual se constituyó.
Por lo tanto el movimiento cooperativo para
sostener su presencia e incidencia dentro de la sociedad, tiene que modificar
actitudes y adecuar su funcionamiento a la realidad actual sin abandonar el
sentido solidario de su propuesta, incorporando tres elementos esenciales: el
federalismo como instrumento ejecutor del agente colectivo; la aceptación “sine
qua non” de la diversidad ideológica en sus núcleos de dirección como
organismos prácticos de convivencia institucional, y la integración horizontal
de las cooperativas en sus distintas ramas, permitiendo la sinergia que
facilite el desarrollo conjunto de servicios que se ajusten no solo a las
necesidades locales sino también al fomento regional, construyendo un sistema
transversal cooperativo que conservando su pureza doctrinaria colabore en la
solución de problemas, que por su importancia, trascienda a la posibilidad de
alguna cooperativa en particular como tema especifico.
Esta integración horizontal no puede ni debe
inquietar de ninguna manera la función de las entidades de segundo grado, sino
que tiende a ampliar el espectro de complementación cooperativa que habrá de
reforzar la presencia del acto solidario en los distintos ámbitos en que actúe.
Puede que estas consideraciones necesiten la
apertura de un debate amplio para que puedan ser comprendidas, pero es bueno
tener en cuenta que el desafío que debe enfrentar el movimiento cooperativo en
esta etapa de cambios, merece el aporte de innovaciones que lo adecuen a la
hora actual sin perder su esencia solidaria y su capacidad de servicio dentro
del sector de la economía social.
Segundo Camuratti