La
identidad cooperativa, sus principios y valores junto a los logros y
experiencias acumuladas por el movimiento solidario que la encarna a través de
tantos años, son una vertiente esencial de ese fermento incontenible que
prepara el porvenir y trasciende su especifica actividad adoptando, de una vez
y para siempre un doble carácter: por un lado como empresa y del otro como
organización social, preocupada por los intereses de la comunidad que forma
parte.
Este doble
carácter de las cooperativas como empresas no lucrativas y como movimiento
social, debe incidir por su experiencia lograda para encontrar salidas
adecuadas, a las necesidades de la sociedad en la búsqueda de una identidad
distinta a un modelo nuevo de vida.
La
tarea apasionante que la convoca es de una dimensión gigantesca por sus
implicancias, porque al igual que los precursores de la cooperación, el anhelo
es de transformar la realidad cuando esta es injusta.
Que
hace falta para lograrlo? Ante todo, la convicción de que eso es necesario y
posible. Y a partir de allí, trabajar cotidianamente para hilvanar los retazos
dispersos del llamado campo popular que
aun carece de proyectos comunes propios.
Lo
primario es la batalla cultural por una nueva cultura solidaria y por
incorporar un pensamiento crítico que desarrolle conciencia de que no es
inevitable el destino de la decadencia y el sometimiento de la sociedad al
arbitrio del poder dominante de turno.
Y
especialmente, que la construcción de ese proyecto superador demanda un poder político convencido de ser
capaz de hacerlo realidad y sustentarlo en el tiempo que sea necesario con
unidad de criterio y constancia en la tarea.
La
cooperación a dado siempre muestras concretas de su aptitud para aunar voluntades
y orientar positivamente a su membresía en base a un conjunto pequeño y
sencillo de principios rectores; democracia, participación, educación solidaria
y preocupación por la comunidad, teniendo presente además que hace un aporte
para resolver los problemas de un mundo
en crisis.
La
humanidad toda enfrenta desafíos sin precedentes, cuya solución o persistencia
involucra a las generaciones presentes y futuras. Se trata de una
encrucijada que plantea peligros de
extrema gravedad, pero también ofrece la oportunidad de cimentar las bases para
un profundo cambio civiliza torio.
En
primer término urge instalar en el centro de la agenda internacional una
estrategia de paz justa y duradera, sin hegemonías de ninguna naturaleza, tanto
para detener los conflictos en curso, como para terminar o prevenir enfrentamientos entre los pueblos.
Es imprescindible garantizar el
cumplimiento y el goce pleno de todos los derechos humanos, incluyendo los
económicos, sociales y culturales y entre ellos, uno igualmente esencial aunque
no figure en los textos oficiales: el derecho a creer en las utopías que se
pueden convertir en realidad gracias a la lucha y al esfuerzo mancomunado de
millones de hombres y mujeres en todos los continentes, en cada región y aun en
los espacios de convivencia cotidiana.
La
ultima elección presidencial del año anterior, es decir 2015 para que quede más
claro, marcó a fuego lo bueno y lo malo que dejan estos periodos políticos que
emanan de la Constitución Nacional, al
dejar las puertas abiertas al cambio de lo malo o para fortalecer lo bueno para
mejorar el sistema de vida de los ciudadanos, y el movimiento cooperativo debe unir su tarea principista en el
conjunto de dirigentes activos que lo integran de una vez y por todas; despertando de su largo letargo se deben
convertir y constituirse en la herramienta adecuada para desplegar las ideas y
las herramientas necesarias y hacerlo en un marco solidario.
Segundo
Camuratti