Este epígrafe no es nuevo porque otra veces lo pusimos
para otros temas pero la marcha del país lo amerita volver a poner de nuevo
sobre lo mismo; lo comentado actualmente por los empresarios que la corrupción
es cultural cabe en todos los sentidos, en
el proceso de la vida del país y
también en el cooperativismo sucede así, porque en el acto cultural de los
principios el imaginario individual olvida el quehacer solidario pensando solo
en la renta que le da la subsistencia diaria para poder vivir, olvidando el
factor colectivo del acto solidario.
Deberá pasar mucho tiempo para poder medir la pérdida
cultural del país por el travestismo que genero la mal llamada década ganada,
que arraso con todo en ansias de ejercer el predominio absoluto para
convertirla en una monarquía antidiluviana.
Demás esta decir que cuando el manto del olvido
pretende esconder elementos verdaderos entre bambalinas, cuando en su lugar las
pasan por el arel desapercibido para
que no se vean muy sueltos de cuerpo hoy
dicen yo no fui haciéndose el
inocente.
Estamos cerca del año de la aparición de un nuevo
modelo que aun no cuaja con lo que quiere o lo que no sabe ni le gusta hacer,
que a veces navega a contramano de la corriente con sus dimes y diretes no
insinuando el paso a dar para no alertar las consignas orientadoras de su
acción, cuando no obedecen a las intenciones de lo que no quiere hacer.
Una de las falencias del gobierno anterior fue
destruir, si para que se entienda bien destruir, un movimiento cooperativo que
gozaba de fama de ser fiel custodio del factor colectivo, encaramado en el
quehacer solidario para desarrollar una franja importante, quizás no unida como debería ser pero si
consecuente y trabajadora como fue.
La cuña de ariete del organismo de dirección nacional
del INAES, manejado por inescrupulosos artífices de la componenda política, que
lo gobernó para coparlo ideológicamente y adaptarlo al proceso imperado en la
década ganada, con los subsidios fáciles
del dinero extorsivo de la corrupción desatada fue el arma ideal y letal de la corrupción para velar y avalar
el sistema.
Hoy más
que nunca se hace necesario debatir y trabajar en la difusión de las ideas,
para lograr que estas se constituyan en el baluarte y el aporte del pensamiento
del imaginario colectivo en el esclarecimiento sobre que modelo debe incorporar
la sociedad para establecer el equilibrio social.
Debemos instalar en la
conciencia el sentido de que los sectores populares sean quienes lideren los
movimientos sociales –siempre los más que menos tienen- con instrumentos de
transformación, es decir las ideas, reivindicando el hecho de asumir la
modificación del actual sistema injusto y carente de equidad en la distribución
de la riqueza, por otro más solidario.
Para
disimular su condición, la intolerancia de los que niegan la transformación,
fabrica argumentos cuando no los tiene para sostener al modelo, pero la
historia enseña que se podrá atrasar el reloj pero no se puede impedir que el
tiempo avance.
Los
cooperadores no podemos de ninguna manera, aceptar esta realidad con
resignación, como una fatalidad de la naturaleza o la antinomia del destino.
Se debe
tener en claro algo que es inherente a la persona humana y que ni la revolución
tecnológica ni el adelanto de la ciencia podrá reemplazar, a menos que este
avance logre sustituir en todos los órdenes al individuo transformándolo en un
robot; la solidaridad.
Damos por
descontado que el sujeto solidario al cual nos referimos trasciende el acto
cooperativo – ya de por si incluido- ingresando dentro del quehacer de los
individuos en su comportamiento de la sociedad donde habita.
Para
hacerlo más sencillo de comprender diríamos que debemos tener en cuenta que la
solidaridad no es caridad, porque es muy frecuente comprobar que se confunden
estas cualidades como sinónimos.
La solidaridad se encuadra en una acción recíproca, es
dar para recibir, como un hecho propio del sentimiento humano tanto en lo
material como en lo social. De la misma manera deducimos también que el
trabajo, -elemento esencial en la producción de riqueza- es producto social.
Por lo tanto desde distintas esferas y en múltiples actividades diferentes,
todos trabajamos para el producto social.
Este producto social
después va teniendo propietarios que se quedan con él y otros que se quedan sin
nada, estos últimos son quienes luego de toda una vida de trabajo están en un
alto porcentaje con su jubilación por debajo de la línea de pobreza junto a los
restantes convertidos en indigentes o marginales, siendo éste el fenómeno más saliente
de nuestra época.
Segundo
Camuratti