Siempre
en la etapa del nacimiento de algo nuevo casi todo lo que nace tiene el origen
de la semilla que le da vida, y como no podía ser de otra manera el
cooperativismo en nuestro país partió de los conceptos expresados de aquellas personas
que lo propulsaron, con entusiasmo, con pasión y con las ideas de progreso que
el origen mismo de la actitud solidaria lo impulsó.
El hecho
en si por la nobleza empleada al realizarlo lo exime de las excusas que se puedan
instalar anecdóticamente, como
justificación de los acontecimientos que lo llevaron a cabo al marcar la impronta
del motivo altruista y colectivo empleado para ello, por lo tanto quedaron
atrapados por el instinto social
empleando el sentido común de trabajar para todos en general, obviando pensar
en las individualidades que participaron
en la gestión, porque en todo primó el acto colectivo.
El
avance del carácter social predominó en la misma esencia que le da origen en la
patriada que la inspira sin tabúes, convencidos que el camino se abre al andar y la profecía se cumple en el trabajo
asociado cotidiano sin tensar de entrada la intención política.
Posiblemente
pesó demasiado el imaginario colectivo confundiendo la opinión individualista y
el freno de los intereses económicos, por el temor de perder el espacio que
estaba ocupando la cooperación quitando una porción de riqueza de las arcas de
los que más tenían.
No
cabe ninguna duda que la disputa de los intereses diversos que tallan en la
sociedad pesan e inciden en la actividad de la economía demorando el avance de
las nuevas ideas que aparecen, pero en la medida que fue creciendo la
confianza del factor colectivo representó ser la columna vertebral en el
funcionamiento del quehacer cooperativo, y dentro de ese entramado imaginario
conceptual no podían entrar los pretextos ni los olvidos y menos las
casualidades para desvirtuarla, porque las decisiones que se fueron tomando
eran acotadas por las causales de los efectos que generaba la cooperativa en su avance
ascendente aunque se pretendiera luego disfrazarlo para calmar el envión de su empuje.
Ese aforismo baladí contribuye a degradar las cosas al nivel suficiente de confundir la
palabra atada al verbo haciendo equivocar el mensaje, mezclando los tantos para
generar la modificación de enredar el pensamiento de lo que se quiere
interpretar.
Eso que decimos parece ahora una nimiedad pero significo atrasar el
reloj durante medio siglo que afecto a los cooperadores, porque freno a
infinidad de personas bien intencionadas para participar en la dirección de
cooperativas por estar afiliadas a un partido político.
Esa auto discriminación de lo ideológico para actividades de servicios
de tareas económicas sociales debilito fuertemente y alejó, a sectores importantes
de cooperadores militantes que no atinaron a participar ni articular
colaborando en la conducción de entidades cooperativas.
Igual que hacer mutis por el foro se diluyo la efervescencia para
participar en la contienda de la acción cooperativa, que cumplió muchos años de
abstinencia encuadrada en el presagio de aquello que mal nace mal acaba.
Felizmente todo se fue restableciendo pero el cimbronazo apagó la
antorcha de lo que fue el fuego inicial y postergando años y años lo que se dio
en llamar el puntapié inicial.
Casi siempre en nuestro país el movimiento cooperativo por diversas
causas, tuvo encontronazos para bajarlo del pedestal que estaba instalado y que se merecía por su
quehacer en la sociedad.
Como
extraña paradora pareciera que el nacimiento de la actividad quedo inmersa en
su esencia, porque el paso del tiempo por acción u omisión siempre mantuvo
rispidez por una cosa u otra, pero el
movimiento supo adecuarse pero hasta ahora jamás se adapto a los vaivenes, de los cambios
sistemáticos a que lo quisieron llevar en muchas oportunidades los fariseos de
la economía de mercado.
Segundo
Camuratti