Cuando se analizan
determinados temas en la búsqueda de argumentos que permitan discernir la
intencionalidad que estos conllevan, circunstanciales o no, hay que separar la
materia y hacerlo detenidamente a través de todos los elementos que estos
contienen, sin eludir ninguno, para no ser parciales en la apreciación y correr
el riesgo de negar la dimensión subjetiva que implica lo real.
Cuando hablamos de la
realidad no podemos obviarla, por mas que queramos, porque sino equivocaríamos
las conclusiones a las que pretendemos llegar para encarrilar nuestro
pensamiento.
Conocemos la diversidad del
marco ideológico que hoy existe en nuestro país y además, tenemos claro los
avances y retrocesos que se produjeron desde el 2003 a la fecha, porque la
pulseada para modificar la matriz del sistema vigente sigue aun viva, y si los
acontecimientos no empujan las decisiones adecuadas para cambiar el rumbo lo
será por mucho tiempo, dentro de este contexto no podemos pensar que el sistema
cooperativo baje la guardia fácilmente y calme los ataques de los sectores que
le son adversos.
Si el movimiento
cooperativo, lo dijimos repetidas veces, no asume “un estado superior al
conocido hasta el presente en la construcción de un nuevo esquema funcional, pasar
de lo local a lo global”, veremos aparecer los eternos fantasmas para
despotricar con medias verdades que se lanzan a rodar para ensombrecer las
virtudes de la identidad cooperativa ajustada a derecho. No actuar en
consecuencia teniendo en cuenta esto sería como darle más pasto a las fieras.
Es inútil que confesos y
legítimos cooperadores bien intencionados, y entidades de renombre salgan a
mostrar las aptitudes de las cooperativas asociadas con proclamas defensivas
sobre los honestos intereses de honestas cooperativas; el imaginario colectivo
no conoce donde radica el bien y donde el mal, solo piensa en la cooperativa en
general sin hacer distingos, por lo tanto todos entran dentro de la misma bolsa
y allí comienza a tomar cuerpo aquello de que “por algo será lo que se dice
sobre ellas”, hecho que una vez instalado es muy difícil desmontar.
La credibilidad pública es
la herramienta más importante que puede exhibir la identidad cooperativa para
argumentar una gestión cristalina ante la sociedad.
El cooperativismo requiere
seriedad en todas las etapas de su construcción: desde la organización de la
cooperativa dentro de la ley respectiva, hasta su funcionamiento una vez
instalada y operando en la sociedad.
Por lo tanto si los
organismos integrantes del estadio político gobernante, (tanto nacional como
provinciales), que tienen a su cargo el control de las entidades cooperativas
no actúan como deben en el control del estatus correspondiente a esas
entidades, serán los responsables directos y tendrán que hacerse cargo de una
equivocada gestión. La impronta de esos errores deben ser observados ante
quienes corresponda por aquellos genuinos dirigentes que integran, a través de
sus respectivas entidades, el movimiento cooperativo, (haciéndolo en función de
carga pública), para que se ordene el sistema cooperativo y se investigue la
falencia susodicha; a menos que la influencia de los subsidios insinúen acallar
las voces de los reclamos y la tarea se hará imposible, y en ese caso, es
seguro que si lo político partidista consigue atravesar lo orgánico de las
entidades se abrirán las puertas a la corrupción.
Por eso decimos que el
cooperativismo bien entendido, especialmente las cooperativas de grado
superior, deberían asumir la responsabilidad que les corresponde generando un
nuevo esquema funcional que trascendiendo lo local pase a actuar en lo global,
para consolidar la buena salud del movimiento.
De no ser así, el movimiento
dirigencial por si mismo se haría cómplice de los sectores que se dedican a
denostar la cooperación para defender sus espurios intereses.
Segundo
Camuratti