lunes, 24 de agosto de 2009

De qué cooperativismo hablamos

(Primera entrega)

“Haciendo juicio de valor debemos tener en cuenta que son únicamente los principios cooperativos los encargados de amalgamar lo económico con lo social; por lo tanto, en la medida en que no sean saldadas las viejas cuentas de la sociedad, en la medida en que la justicia social y la solidaridad sigan siendo sólo un objetivo a cumplir, y en la medida en que el disfrute del progreso y la tecnología no sean un justo bien de los pueblos, la cooperación como transformadora de la sociedad seguirá teniendo plena vigencia”.


Segundo Camuratti



Posiblemente el paso del tiempo corra mas velozmente de lo que querríamos, pero hay que aceptarlo porque por otra parte tampoco existe la posibilidad de no hacerlo; pero lo que no podemos ni debemos hacer es ignorar los hechos acontecidos en su transcurso.

Solemos leer algunos artículos sobre la cooperación, que analizan tangencialmente el comportamiento que ésta adquiere a través de parámetros que no se condicen con la realidad llevando por ello a confundir el centro de la cuestión.

Por lo tanto, cuando tenemos que hablar sobre la cooperación, nada mejor que examinar de donde surgieron los elementos propios que le fueron dando vida, y la ubicaron dentro de la sociedad con la presencia que hoy tiene y las distintas corrientes que la componen.

Como toda propuesta o creación del o los individuos, cuando se ponen en marcha ideas con objetivos direccionados a construir determinados hechos, estos casi nunca han logrado conservar el contexto inicial ni la unanimidad de criterios sobre el fin de lo que se pretendía concretar.

Por lo tanto para hablar de cooperativismo no podemos partir de una foto o de acontecimientos producidos en determinada época, que si bien pueden marcar a fuego un momento en el punto de partida de un modelo, no fueron por si la primera semilla germinada.

La mayoría de quienes trataron y siguen tratando los orígenes de la cooperación parten, si se quiere, del hecho gestado por los Pioneros de Rochdale en 1844.

Pero si retrocedemos el análisis en el tiempo anterior a Rochdale, nos vamos a encontrar que la cooperación fue aplicada, tal vez con distinto éxito, es cierto, pero con las mismas intenciones, por generaciones previas a esa fecha. Más aún, podríamos decir que siempre existió, de manera inmanente en menor o mayor medida en la humanidad.
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Posiblemente por ello, no es tenido en cuenta que hubo otros actores importantes en la historia de la cooperación, que merecen ser considerados en esta etapa que pretendemos transitar, que no aspira a cumplir un papel revisionista, pero sí llevarnos a las fuentes buscando el origen de los hechos.

Las duras condiciones de vida implantadas por la revolución industrial en el siglo XVlll y la gran injusticia social que generó ese hecho estimularon una nueva forma de pensamiento igualitario, encarnado y difundido de alguna manera por aquellos que en determinado momento fueron denominados como socialistas utópicos, basados en la obra utópica de Tomás Moro. (1)

Llamados así por su romanticismo e idealismo, concebían una sociedad perfecta de la cual debían participar todos los hombres y mujeres sin excepción, donde el humanismo, lo moral, lo ético y la solidaridad fuesen el modelo, agregando a esto como esencial la necesidad de la propiedad común. En esos claros conceptos podemos encontrar las bases sustentables de la cooperación.

(1) Uno de los ganados por las influencias de esta corriente europea, Esteban Echeverria, fue quien las trajo a nuestro país alrededor de 1830.
(Continuará)

jueves, 6 de agosto de 2009

La integracion horizontal de las cooperativas

El agrupamiento o integración de las cooperativas, según se de el caso, es la herramienta mas adecuada para contribuir por distintas vías a resolver necesidades particulares o conjuntas de las entidades y a la vez de la sociedad a través de solventar proyectos de desarrollo locales y también regionales en el actual sistema económico y social para mejorar los servicios y el beneficio de la membresía de las mismas.

Si partimos de la base del séptimo principio de la cooperación que incorpora el “interés por la comunidad” dentro del quehacer cooperativo, planteado por la Alianza Cooperativa Internacional en su Congreso centenario de 1995, entendemos que la actividad de la cooperativa no debería terminar resolviendo solo la necesidad de la membresía como un fin en si mismo, sino además trascender por acción o reflejo actuando por el bien común de la sociedad.

Por lo tanto debe entenderse que el factor colectivo de la cooperación como motor de desarrollo en distintas actividades, enriquece y fortalece no solo la producción de los hechos sino que colabora en la tarea de creación que necesita el ser humano para progresar en todos los niveles mejorando su calidad de vida.

Esto no es nuevo, en los Principios Cooperativos del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos aprobados por la entidad en 1.966 ya se decía: “Conciben, como objeto primordial de la cooperativa, la satisfacción de las necesidades económicas, sanitarias, educativas y culturales de sus asociados en beneficio de la comunidad”.

Entrando en el tema podemos decir que era una necesidad, porque así lo han demostrado las experiencias hasta el presente, que las cooperativas se integren verticalmente de acuerdo a las distintas ramas que las comprenden en entidades de segundo grado, para lograr y asegurar el desarrollo de la especificidad que representan a través de la economía de escala, ya sean estas propias de la actividad económica que realizan, o en defensa del régimen legal que las encuadra.

Pero la globalización por su gravitación ha instalado un nuevo escenario dentro del contexto de la economía social, con metodologías de mercado que en muchos casos distorsionan la función de las cooperativas, haciendo que esa integración vertical ya no alcance a resolver la ecuación para lo cual se constituyó.

Por lo tanto el movimiento cooperativo para sostener su presencia e incidencia dentro de la sociedad, tiene que modificar actitudes y adecuar su funcionamiento a la realidad actual sin abandonar el sentido solidario de su propuesta, incorporando tres elementos esenciales: el federalismo como instrumento ejecutor del agente colectivo; la aceptación “sine qua non” de la diversidad ideológica en sus núcleos de dirección como organismos prácticos de convivencia institucional, y la integración horizontal de las cooperativas en sus distintas ramas, permitiendo la sinergia que facilite el desarrollo conjunto de servicios que se ajusten no solo a las necesidades locales sino también al fomento regional, construyendo un sistema transversal cooperativo que conservando su pureza doctrinaria colabore en la solución de problemas, que por su importancia, trascienda a la posibilidad de alguna cooperativa en particular como tema especifico.

Esta integración horizontal no puede ni debe inquietar de ninguna manera la función de las entidades de segundo grado, sino que tiende a ampliar el espectro de complementación cooperativa que habrá de reforzar la presencia del acto solidario en los distintos ámbitos en que actúe.

Puede que estas consideraciones necesiten la apertura de un debate amplio para que puedan ser comprendidas, pero es bueno tener en cuenta que el desafío que debe enfrentar el movimiento cooperativo en esta etapa de cambios, merece el aporte de innovaciones que lo adecuen a la hora actual sin perder su esencia solidaria y su capacidad de servicio dentro del sector de la economía social.