El 8 de marzo marca un día mas en
la conmemoración del Día Internacional de la mujer, el homenaje siempre
merecido y rendido que conlleva la
necesidad de repetir, reflexiones críticas
y autocríticas, sobre la participación de la mujer en la sociedad, y
especialmente en las cooperativas.
Es por eso que vale recordar que
a instancias de Clara Zetkin, el 8 de marzo fue instituido como Día
Internacional de la Mujer ,
en la Conferencia
de mujeres socialistas celebrada en Copenhague en 1910, es decir un siglo
atrás. Respondía a un reclamo que venía de antes y era sostenido a través del
tiempo por muchas mujeres luchadoras.
A propósito de ello, no se puede
obviar mencionar el fuerte vínculo entre las primeras luchadoras y los
antecedentes cooperativos. Aquellas mujeres luchaban contra el capitalismo y la
opresión, no solo de género. Eran demandas por una mejor calidad de vida y de
trabajo.
Eran batallas sostenidas en forma
contemporánea al surgimiento y desarrollo de las entidades solidarias. Es que
las cooperativas, también surgieron para intentar la construcción de otra
sociedad en oposición a la explotación capitalista. Se proponía una
organización económica no lucrativa y basada en la cooperación y la
solidaridad.
Nos animamos a señalar que la
lucha de aquellas mujeres y las de ahora, se hermanan en los propósitos de
aquellas cooperativas y de las actuales,
enroladas en un proyecto de transformación social.
Es común escuchar en nuestros
días la reivindicación de la igualdad de derecho entre los géneros. Sin embargo
todos sabemos de las inequidades de la vida cotidiana; no hace falta recurrir a la crónica periodística para
recoger, asiduamente, los abusos que se cometen contra las mujeres en distintas
partes del mundo. Existe una vulneración permanente de los derechos de las
mujeres; si bien se puede afirmar que es un problema cultural que resulta muy difícil modificar, se hace
imprescindible cambiar.
Pero veamos que ocurre en nuestro
ámbito. El movimiento cooperativo, siempre se ha pronunciado por la más amplia
participación de la mujer y sin embargo
más allá de manifestaciones y discursos la realidad es que la
participación de las mujeres es escasa.
Se puede decir que responde al
problema cultural general y eso es cierto, pero existen desafíos que el propio
movimiento debe superar, especialmente para aquellos que lo asumen como parte
de una corriente específica del cooperativismo
que pregona la transformación social.
Sigue siendo una asignatura
pendiente y no alcanza con celebraciones, que como esta son muy importantes,
pero que requieren de un compromiso mayor de cada una y de cada uno de los
dirigentes del movimiento cooperativo.
En función de ello se hace
importante convocar a las mujeres cooperativistas, a continuar su brega por una
mayor participación integral en las entidades cooperativas, y a los hombres,
decirles que deben contribuir a favorecer decididamente ese proceso marchando
juntos detrás de ese objetivo. Ese es el mejor homenaje que les puede brindar la sociedad.
Segundo Camuratti
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